Ya dentro y mostrando que a pesar de todo aun nos teníamos un
mínimo de pudor nos quitamos la ropa interior, cada uno la suya –agradecí a los
dioses no tener que desabrochar los treinta corchetes de su corsé) y bajo las
mantas vi su cuerpo desnudo –sin olvidar que ella veía el mío trayendo a mí de
nuevo el rubor-, era preciosa, sublime como una diosa ante mis ojos, la bese y
la abrace para sentir contra mí sus tersos pechos y su cálido cuerpo y sentí
como una corriente eléctrica recorría mi cuerpo desde mis cabellos hasta las
uñas de mis pies, era algo increíble y que nunca antes había sentido, ninguna
mujer me había hecho sentir así jamás. Aquella noche nos amamos, nos quisimos y
sobre todo nos hicimos el amor el uno al otro como si nos conociéramos de toda
la vida, es más como si nos conociéramos desde los albores de la creación como
si existiéramos el uno por el otro y dejáramos de existir cuando nos
faltábamos. No sabía cómo podía sentir tanto en apenas horas pero teníamos algo
especial cuando estábamos juntos, puede que por separados ambos fuéramos una
vaga sombra de lo que éramos aquella noche, abrazados, unidos y fusionados como
el cacao a la leche cuando se funden creando el chocolate. Esa noche fuimos
eternos, éramos las estrellas en el cielo y la aurora boreal en los hielos,
éramos un todo y nos sentíamos un todo cuando nos abrazábamos, éramos como el
ying y el yang podríamos chocar pero no seriamos nada el uno sin el otro
siéndolo todo juntos. Aquella noche no dormimos, no al menos durante muchas
horas, horas en las que nos amamos sin descanso, como si nos fuera la vida en
ello y el mundo se fuera a acabar al amanecer, parecía que cuando nos
separásemos –y era lago que iba a pasar- para ir cada uno a su lugar –cada uno
a sus ala de la academia y cada uno a
sus clases, pasarían horas hasta que volviésemos a vernos- el mundo se nos
acabaría, aquella noche se nos iría y por ello no quisimos dormir, tras amarnos
hablamos y hablamos, nos conocimos todo lo que amándonos no lo habíamos hecho
ya hasta que el amanecer nos encontró y
nuestras miradas se pagaron la una frente a la otra, finalmente nos
dormimos ya con la luz del rocío despuntando, el sol nos descubrió desnudos y
nosotros lo engañamos escondiéndonos entre las sabanas, no queríamos que
aquella noche acabase nunca.
Pero finalmente la mañana llego con su luz desoladora y tras
desperezarnos con una ducha tibia y volver a hacer el amor bajo el agua dejamos
la habitación de aquella vieja pensión de mala muerte que para nosotros se
había convertido en el símbolo de nuestro amor precipitado y algo atropellado
pero ante todo sincero y verdadero. La respuestas a todas aquellas preguntas
sobre el amor a primera vista tenían a la luz del sol una respuesta clara y
potente: La amaba, tenía claro que amaba a Seema y que aquella noche no sería
la última sino la primera de una larga vida juntos si los hados nos respetaban.
Tras aquella apacible ducha de la que al salir nos sentíamos más
“sucios” que al entrar salimos a desayunar –no sin antes despedirnos de Maggie-
a un pequeño brunch familiar que había dos calles más abajo en la esquina de la
quinta con Woolf. Estábamos hambrientos y comimos como lobos, en aquella
situación cualquier pareja se habría sentido incomoda al ver engullir a la otra
pero entre nosotros todo era tan cotidiano, tan natural que de verdad pensaba a
veces que nos habíamos conocido en una vida anterior, parecíamos conocernos de
siempre y apenas lo hacíamos desde hacia unas horas, era algo increíble
aquellas miradas de complicidad entremezcladas con sonrisas y alguna risa entre
dientes. Comimos como si se tratara de la ultima cena de un reo en la milla
verde, tras un batiburrillo de pasteles y pastas con té que tomemos al postre
nos fuimos dándonos la mano por primera vez, curiosamente nos habíamos
entregado el uno al otro sin restricción y algo tan natural en un apareja como
ir cogidos de la mano era algo que nos habíamos saltado –como dicen el orden de
los factores no altera el producto ¿no?- como si nada, de hecho al hacerlo el
rubor volvió de manera casi inocente a nuestras mejillas nada inocentes y nos
perdimos avenida abajo en dirección a la Academia, aunque parecía media mañana
apenas eran las 08:30 y en treinta minutos empezábamos las clases, llegar a
tiempo era casi imposible ya que teníamos que ponernos los uniformes, aun
sabiendo que nos iban a sancionar decidimos ir dando un paseo sin correr, lo
hecho, hecho estaba.
Cuando lleguemos tuvimos que despedirnos ya que íbamos a las
diferentes del edifico y no nos interesaba que nos vieran entrar juntos así que
nos separamos con un pequeño beso y mis ojos se perdieron tras ella mientras se
alejaba paso a paso hasta perderse por la puerta del ala este. Yo respire hondo
y entre subiendo las escaleras a toda prisa tratando de evitar miradas y
explicaciones a nadie –cosa que sería imposible- algo que se tornaba imposible
cuando al llegar al pasillo en cuyo fondo se encontraba mi buhardilla, con aire
desesperado –pero una gran sonrisa- un despeinado y mal vestido Jonas esperaba
en la puerta, aparentemente había pasado la noche allí, al menos el aspecto de
la ropa y el hecho de ser la misma de la noche anterior así lo delataba.
wow... fran.. que hermoso escribes... me encanta.
ResponderEliminarMe alegro te guste, en breve subiré la cuarta parte del primer capitulo, de veras me alegro te guste, aun queda mucha tela que cortar.
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